6 de noviembre de 2014

Seres indefensos versus seres indiferentes

Hoy en la mañana cuando caminaba hacia mi trabajo me sucedió algo que me conmovió muy profundamente. Iba andando rápido -como casi siempre ando- cuando de pronto en medio de mi camino en una calle peatonal había una paloma en el cemento. Esto sucedió en una calle lateral de la Plaza de Armas de mi ciudad, lugar en que por lo general siempre hay muchísimas palomas. Esta paloma estaba muy mal herida. Tenía sus alas muy abiertas, como en posición de querer emprender el vuelo, y con sus patitas trataba de caminar apenas, intentaba impulsarse creo yo. Pero sólo lograba avanzar pocos centímetros. La gente que pasaba la miraba pero hacía un rodeo y debo confesar -aunque me de verguenza- que yo también lo hice. Sin embargo, apenas la pasé, y sin llevar más de diez pasos de ese suceso, miles de pensamientos comenzaron a martillearme la cabeza. Sentí una angustia y me detuve. Pensé en cinco segundos que no me sentía coherente con mi actuar. Una vez había visto un video muy terrible cuyos detalles no relataré ahora en donde en situación parecida -pero mucho más grave- la gente pasaba de largo haciendo el mismo rodeo. Siempre mi pensamiento fue el de repudiar tal conducta, y resulta que yo lo estaba replicando tal cual, aunque fuera con una sencilla palomita, eso no me hacía sentido ni en mi cabeza ni en mi corazón. Esa parábola bíblica del "buen samaritano" también se me vino a la cabeza, aunque ya los sentimientos de culpa religiosos no surten en mi el mismo efecto que hace 20 años atrás. Me devolví pues, y cuando llegué a donde estaba la paloma pude ver que habían unas plumas esparcidas a pocos centímetros de ella y la paloma ya no parecía moverse. En su cabecita tenía una herida que sangraba todavía. Era obvio que alguien -maldito desquiciado- le había agredido, quizás con una fuerte patada en la cabeza, malográndola en seguida. La tomé con mis dos manos y pude sentir su último fulgor, su párpado semicerrado me miró para luego cerrarse y dejar de vivir. Junto al lugar había una especie pequeño jardín con plantas que se alzaba sobre la calle peatonal, y atiné a dejarla suavemente allí, para que al menos no quedara ahí abandonada a la suerte de esos seres indiferentes que somos los humanos. He estado pensando en esto todo el día y he quedado muy apenado. No creo que lo hubiera merecido.

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